Es que eres como un grillo, le
decía María Luisa antes de guardarle en la mochila negra el café y las galletas
María que José Luis comía hasta las 2
de la mañana, justo cuando el hambre y, sobre todo, el frío arreciaban; por eso
te gusta cantar tanto, completaba María Luisa antes de plantarle la boca sobre
la frente. Entonces, José Luis, que para eso se pintaba solo, bajaba las manos
a las caderas y apretaba la cabeza contra unos marialuisenses pechos suaves que
cedían y que se dejaban desvestir y besar, que se dejaban lamer y morder.
Es
que eres como un grillo, pareciera seguir escuchando José Luis mientras espera
el autobús, siempre retrasado por 2 minutos, de las 9 de la noche que lo
llevará, con una duración aproximada de 30 minutos, hacia el pueblo de San
Cuetzcalco de las Rosas, conocido por su clima tropical, su kiosko totalmente
hecho de talavera y la fábrica de productos químicos dedicados al cuidado del
hogar Farsobioquim S.A. de C.V, del cual José Luis, ese mismo que ahora sube al
autobús y paga 18 pesos, es velador.
Es que eres como un grillo, retumba la voz de María Luisa cuando José
Luis baja del autobús y atraviesa los 300 metros de terracería, desde la
carretera federal hasta Farsobioquim. Es que eres como un grillo, parecieran
cantar los propios grillos que quieren disfrazarse de muchas María Luisa
nocturnas y grises. Y entonces, José Luis, montado en su papel grillesco
impuesto por María Luisa, comienza a silbar y a tararear mientras las nubes
disfrazan a la luna de una manta azul marino y los últimos transeúntes saludan
a José Luis con un “buenas noches, Don Pepe”. Pero ni los saludos nocturnos
provocan que José Luis interrumpa sus silbidos y tan sólo responde agitando la
mano vehemente, con ritmo.
Los perros de Farsobioquim reconocen los silbidos de José Luis antes de
que este abra las puertas de la fábrica y se ponen a aullar, contentos,
animosos, juguetones, como si acompañaran el canto del grillo de María Luisa, hasta que José Luis levanta las rejas y los palmea, minuciosa, cariñosamente.
Cuando se incorpora y siente el cansancio de las rodillas, reflexiona en
cuántos años más aguantará el camino de su casa hasta la parada al autobús, del
descenso del autobús hasta la fábrica de productos químicos. Pero eso no es lo
que lo que realmente distrae el canto de nuestro grillo velador, lo que
realmente pesa es el hecho de no poder escuchar las canciones que el conductor
del autobús Tomatlán-San Cuetzcalco de las Rosas, Pedro –alguna vez escuchó que
alguien lo llamó así–, reproduce gracias al super moderno aparato reproductor
con sonido surround, con miles de woofers y trillones de subwoofers, que tiene
instalado en el autobús donde se oyen canciones rancheras con voces de Rocío
Durcal y Juan Gabriel.
Es que eres un grillo que
canta canciones rancheras, imagina que María Luisa dice después de hacer el
amor y dibujar una sonrisa cómplice.
Pero no. No hay ninguna María Luisa al regresar. Así que nuestro
grillo silenciado regresa batido de cansancio al haber silbado y cantado toda
la noche, cegado por los rayos del mediodía. Se acuesta en la cama que aún
huele a María Luisa, y empieza a soñar, a soñar con noches serenas, llenas de
perros, de estrellas, de grillos que lo acompañan junto con miles de bocinas
surround, junto con una María Luisa encarnada de noche, desvestida al pie de
las rejas grises de Farsobioquim. Entonces, junto con los aullidos y los años,
las lunas y los autobuses Tomatlán-San Cuetzcalco de las Rosas, las María Luisa
enterradas y las Rocío Durcal dirigiendo una canción, José Luis, nuestro
grillo, se revuelve en un mar de sábanas con olor a senos marialuisenses y con
lagrimosos sabores salados, hasta estar de nuevo sentado en la parada del
autobús, frente a los perros y frente a la luna, siempre, siempre, arrullada
por los grillos.
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