miércoles, 12 de septiembre de 2012

Julián y El Cuento del Diablo



“And I said: hello Satan.
I believe it's time to go”
Robert Johnson



  Julián, abrumado por la insulsa bola de torpezas que acababa de escribir, se deja caer en el sofá de la sala. ¡Puta madre!, gruñe mientras rompe cada una de las 24 hojas que narraban la historia de Juanito, un niño de 12 años que descubre la sexualidad a través de su tía de 30 años. ¿Qué mierda estoy escribiendo? Lucía sale de su inexistente sueño para preguntar qué pasa. 
-Nada, Lucía, vuelve a dormir, voy por unos cigarros. 
-¿Vas a abandonarme? 
-Lucía, el abandonar a alguien con la típica excusa de ir por los cigarros es un cliché muy barato, si quisiera clichés baratos, seguiría escribiendo. 
-No tardes, tengo frío.

   Hacía un frío terrible. Julián, ahora dentro de la casa, arrastra los pies, guiado por unos ojos obnubilados. No tiene conciencia. Arcos reflejos lo dirigen hacia el viejo tocadiscos del rincón: Robert Johnson y su mítico Blues aparecen. Se sienta a escribir y las incesantes letras empiezan a delinearse en las hojas, las palabras guiando oraciones malditas, párrafos conteniendo una ominosa historia expulsada a través de los increíbles y virtuosos dedos que teclean, y teclean, y teclean, y teclean, a toda velocidad, hechizados.  El viaje de la mesa a la cama es interrumpido por una nueva pregunta de Lucía. 
-Nada, mi amor, no me pasa nada –responde Julián con una sonrisa abyecta que Lucía no ve, pero siente. Lucía prefiere cerrar los ojos, mientras los hechizados dedos manipulan su cuerpo.

   -¡M A R A V I L L O S O! –exclama el editor al leer por tercera vez “La novela del Diablo”.  Julián, ¿cómo diantres se te ocurrió esta novela? Ayer me dijiste que no tenías nada, y hoy te presentas con una novela de 300 cuartillas que podría revolucionar totalmente la literatura contemporánea. 
   -Yo no la escribí, la escribió el Diablo. 
   -Ja ja ja, créeme que aunque fueras un ser con patas de cabra y cuernos de chivo, tu novela sería La Novela Del Siglo.

   Y así, de una manera automática y oligárquica, El Premio de Tal Universidad, El Premio de Tal Ciudad, El Premio de Tal Escritor Muerto y El Premio Nobel cayeron solos.
   Al principio, a Julián se le veía lleno de vida, contento, satisfecho; no entendía por qué lo premiaban a él, en cada entrevista repetía que el único y verdadero autor del cuento había sido el mismísimo Diablo. Incluso, ¡el mismo Vaticano! perdonó semejante herejía, ya que el Sumo Pontífice Nada Asustadizo Todo Alivianado Papa Juan II había recomendado el libro a cada creyente en el mundo, ya que el cuento, aunque fuera titulado con el nombre de su archirrival, y también aliado, Lucifer, Baphomet, El Patas, había sido del máximo agrado del Papa. Pero después, Julián fue cayendo en un estado de languidez permanente, ya no se le veía en ningún espacio público, ya no se le veía dando conferencias acerca del cuento complacientemente brindado por el Maligno.

   Perdió cada una de sus fuerzas sin que nadie lo supiera, a excepción de Lucía, su aún entonces esposa. Se rumoraba acerca del paradero del gran escritor, pero nada se sabía en concreto. Ni siquiera sabían el domicilio de aquel autor, de dónde salió, cómo escribió dicha novela, cuál fue su inspiración y demás morbosidades necesarias en el mundo de la literatura.

   Una noche, muy parecida a la noche en la cual “La novela del Diablo” había nacido, Julián levantó su ser del estado perturbado y totalmente decaído en el que vivía, para caminar hacia la esquina en la cual se ubicaba el tocadiscos. Las notas del “Me And The Devil Blues” y la macabra risa de Julián recorrieron la casa, caminaron a través del baño, la recámara y la cocina de toda la casa, se arrastraron a través de las sábanas de Lucía para poder despertarla totalmente horrorizada. La indecente risa de Julián se vio interrumpida por el golpe de la puerta. La música continuó. Toc, toc. 
   -¿Por qué ya no estás tan contento, Julián? –preguntó Lucía mediante una voz gutural que en realidad no provenía de la habitación, sino de cada rincón de la casa.

   De una manera catatónica y turba, Julián se dejó caer en la esquina;  el tocadiscos cayó también, sin embargo,  la música no paró, o al menos Julián la seguía oyendo. Lucía, de una forma inimaginable y anómala, se levantó del letargo horrorizado en el que estaba y avanzó hacia la puerta. 
   Un paso: Julián gime. Dos pasos: Julián grita unos cuantos no-no-no. Tres pasos: Julián llora. Cuatro pasos: Julián limpia sus ojos. Cinco pasos, la puerta es abierta por Lucía: Julián está de pie, resignado.
   -He cumplido mi promesa. Vámonos.

   Lucía despierta. Lo último que recuerda es la difuminada silueta de un desconocido caminando al lado de su esposo. Se sienta en el sillón donde generalmente Julián escuchaba el tocadiscos. Sonríe: Las regalías son suyas.

Los estantes repletos de la inconcebible y ominosamente tentativa novela del Diablo fueron postal permanente de semanas, meses, estaciones y años.  No había persona en todo el continente que no hubiera, por lo menos, hojeado la gran novela, y así, escuchado los últimos pasos de Julián hacia un umbral totalmente inverosímil y desconocido. 

3 comentarios:

  1. Hola Galeana! Que bien por el cuento del chanclotas. Haces trabajar a mi amiga la imaginación...Nadie sabe para quien trabaja, diría Lucia. Sigue así camarada!

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    1. Muchas gracias por el comentario. Definitivamente, para Robert Johnson y Julián, los ganones fueron otros.
      En fin. Gracias por el apoyo. Un saludo :)

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  2. Hola, Mario

    He leído con mucho gusto tu cuento corto. Me recuerda el gusto con el que, parece ser que en otra vida, leía a Chejov, Maupassant y Cortazar en el viejo y conocido camino de la Mixteca. Un abrazo fraterno. Toño Juarez

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