miércoles, 3 de octubre de 2012

Cuatro paredes.



  No se ha inventado mejor refugio y escondite del avasallante mundo capitalista que el de Su Cama. Esa misma cama con hoyos en las sábanas representa para ellos lo más sagrado dentro del cuarto de 10 metros cuadrados que alquilan, dentro de la vecindad llena de señoras mayores de 60 años que regañan a sus escurridizos y melindrosos nietos a la hora de la comida, dentro de la colonia llena de bardas graffiteadas y misceláneas en cada esquina, dentro de la ciudad con su inagotable ruido, sus asaltos diarios y sus fajes callejeros acompañados de lluvia y smog.
      
     Las moscas revolotean, contentas, sobre un envase de leche que está próxima a ser un queso, cosa que, en realidad, es irrelevante para Ellos, porque ahora están en La Cama. Él, justo en este preciso instante, pasa el dedo índice por los bordes del ombligo de Ella. La desgastada radio que reposa en el suelo trata de hablarles sobre lo buena que ha sido la última administración del presidente en turno y sobre el prominente pero lejano futuro que alguna vez inundará a México.    Pero ni Ella ni Él la escuchan; Ella se vuelve sorda cuando Él transforma su boca en un huracán de humedades que inunda su cuello y su sexo, y olvida totalmente el picor del thinner que Él carga después de haber pasado medio día formando inverosímiles e ignoradas imágenes de fuego expulsadas a través de su boca. Y a Él deja de importarle el recorrido de la asperidad, resultado de lavar ropa ajena, que recorre su espalda en direcciones espontáneas y placenteras.
       
     Ni el sonido del rugir de las tripas evita que Él continúe leyéndole a Ella unos cuentos rugosos que su abuelo regálole cuando era apenas un escuincle de 8 años. Porque, en realidad, el hambre sacia cuando está acostado junto a Ella.
       
     A Ella, llena de besos sabor thinner en todo el cuerpo, le es imposible, en este momento, inmutarse ante trivialidades como el segundo hoyo que acaba de aparecer en la suela de su tenis izquierdo, como el vestido que ya ha cambiado de rojo a rosa, como la película que recién se estrena en el cine y que probablemente no verá. No, a ella lo único que le inmuta es que Él deje de susurrarle a jadeos lo bonita que está, que Él deje de besarle el cuello mientras hace remolinos los vellos del pubis, que Él deje de oler su cuello, su cabello, sus orejas.
      
     Y mientras el aullido de los perros huérfanos de dueño se cuela entre su única ventana, Ellos siguen embelesos  por el incomparable placer  estético de tenerse cerca. Quizá sean pobres de materia e incluso de visión, pero jamás serán pobres de espíritu. Jamás serán pobres de besos.

2 comentarios:

  1. Ja! cuanta razón hay ahí...eso es una realidad. El entorno deja de existir, lo único, lo verdaderamente único sería el sexoamor o viceversa...

    Mario no puedo ver esto a través de mi feis pero si a traves de mi blog...será porque en el feis no somos amigos o que? bueno sigamos adelante!

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  2. Muchas gracias por el comentario. Lo verdaderamene único.

    No entiendo por qué no puedas verlo.

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