Por fin saliste del trabajo. Terminas con la garganta llena de asco por la nada
envidiable tarea que tu obeso y calvo jefe te asigna, sin variación alguna,
cada día de la semana. Escribir, ordenar, engrapar, archivar. Escribir,
ordenar, engrapar, archivar. Escribir, ordenar, engrapar, archivar…
Escribir…
Ordenar…
Engrapar…
Archivar…
Pero hoy es
viernes, y el aroma de la imprevisible noche te consuela un poco del olvidado
estado en el que sobrellevas la semana. El frío cala tu cuerpo y tus
pensamientos. Subes al auto, prendes la calefacción y la radio. Manejas en un
estado letárgico. Cada semáforo te trae visiones borrosas de rostros que te
observan. Justo como tú lo haces con ellos. Atraviesas avenidas, bulevares,
calles. Volteas la vista hacia los bares que te parecen tan lejanos, tan
profusamente ajenos, con sus deprimentes y gastadas luces de neón. Mueres de
sueño y tratas de prender la radio que ya estaba prendida; notas, al fin, una
canción que te recuerda tu juventud. ¿Será Peace and Love Army? Suena
excelente. ¿Qué canción será? Sí, estás seguro que son ellos…
Y antes de que la
locutora diga el nombre de la canción, notas que ya estás en la cochera de tu
casa. Apagas el motor, la calefacción y, finalmente, la radio. No pudiste
esperar el nombre de la canción. Abres tu puerta con la misma desatención con
la que introduces la llave los lunes, martes, miércoles, jueves, sábado,
domingo. Siempre.
El blues del
tocadiscos inunda la casa de una exquisita melancolía que parece palpable. Te
quitas los zapatos. Abres el refrigerador, una cerveza. Te sientas en tu sillón
preferido, esperas que termine la tercera canción del disco. Rozas el cañón con
tu brazo, con tu cuello, con tu cabello, con la boca de la cerveza. Finalmente
llegamos a la sien. Bang, imitas el sonido. Bang, imaginas la sangre sobre el
piso. Bang, ¿a los cuántos días crees que te encuentren? Bang. Bang. Bang.
Bang. Nada, hoy tampoco lo hiciste. Lágrimas de nuevo, sobre la misma ropa,
sobre el mismo sofá, con la misma cerveza, con el mismo blues.
Arrastras los pies
hacia la habitación, desnudas tu cuerpo, prendes la televisión porque te da
miedo dormir con la oscuridad respirándote sobre el oído. Te acuestas, aún con
restos lagrimosos sobre la cara, con la boca hacia la almohada. Respiras
dificultosamente.
Lo mejor de tu día
fue una canción de la cual jamás supiste el nombre.
La inutilidad, la futileza y la desolación...
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