miércoles, 10 de octubre de 2012

Un día común.



Por fin saliste del trabajo. Terminas  con la garganta llena de asco por la nada envidiable tarea que tu obeso y calvo jefe te asigna, sin variación alguna, cada día de la semana. Escribir, ordenar, engrapar, archivar. Escribir, ordenar, engrapar, archivar. Escribir, ordenar, engrapar, archivar…

Escribir…

Ordenar…

Engrapar…

Archivar…
    
   Pero hoy es viernes, y el aroma de la imprevisible noche te consuela un poco del olvidado estado en el que sobrellevas la semana. El frío cala tu cuerpo y tus pensamientos. Subes al auto, prendes la calefacción y la radio. Manejas en un estado letárgico. Cada semáforo te trae visiones borrosas de rostros que te observan. Justo como tú lo haces con ellos. Atraviesas avenidas, bulevares, calles. Volteas la vista hacia los bares que te parecen tan lejanos, tan profusamente ajenos, con sus deprimentes y gastadas luces de neón. Mueres de sueño y tratas de prender la radio que ya estaba prendida; notas, al fin, una canción que te recuerda tu juventud. ¿Será Peace and Love Army? Suena excelente. ¿Qué canción será? Sí, estás seguro que son ellos…

    Y antes de que la locutora diga el nombre de la canción, notas que ya estás en la cochera de tu casa. Apagas el motor, la calefacción y, finalmente, la radio. No pudiste esperar el nombre de la canción. Abres tu puerta con la misma desatención con la que introduces la llave los lunes, martes, miércoles, jueves, sábado, domingo. Siempre.

    El blues del tocadiscos inunda la casa de una exquisita melancolía que parece palpable. Te quitas los zapatos. Abres el refrigerador, una cerveza. Te sientas en tu sillón preferido, esperas que termine la tercera canción del disco. Rozas el cañón con tu brazo, con tu cuello, con tu cabello, con la boca de la cerveza. Finalmente llegamos a la sien. Bang, imitas el sonido. Bang, imaginas la sangre sobre el piso. Bang, ¿a los cuántos días crees que te encuentren? Bang. Bang. Bang. Bang. Nada, hoy tampoco lo hiciste. Lágrimas de nuevo, sobre la misma ropa, sobre el mismo sofá, con la misma cerveza, con el mismo blues.

   Arrastras los pies hacia la habitación, desnudas tu cuerpo, prendes la televisión porque te da miedo dormir con la oscuridad respirándote sobre el oído. Te acuestas, aún con restos lagrimosos sobre la cara, con la boca hacia la almohada. Respiras dificultosamente.

 Lo mejor de tu día fue una canción de la cual jamás supiste el nombre. 

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